Acompáñanos a un viaje extraordinario junto a misioneros de REMAR en Costa de Marfil. Una historia real sobre fe inquebrantable, valentía y la intervención divina en tiempos de guerra.
Te invitamos a leer esta inspiradora e impresionante historia real de fe, valentía y fortaleza, en una zona de guerra en Costa de Marfil en la que los misioneros de la ONG REMAR nos dan un ejemplo de fe inquebrantable, osadía, compasión, amor a Dios y al prójimo.
Fe y Milagros en África
Me llamo Fernando Ribeiro (Campanhã) y soy un toxicodependiente liberado de las garras de Satanás por el amor y la misericordia de Jesucristo mi Señor y Salvador.
Desde hace 32 años tengo el privilegio de servir en Remar África, he observado infinidad de veces cómo se mueve la mano poderosa de Dios en forma sobrenatural siendo inexplicable racionalmente.
Quiero contaros, para honra y gloria del Rey, un episodio que pasó en noviembre del 2002, en el país africano de Costa de Marfil, del cual soy misionero responsable. El 19 de Septiembre de ese año se dió en este país un golpe de estado que lo dividió en dos, quedando el norte, ocupado por las fuerzas revolucionarias opuestas al presidente Gbabo, mientras que en el sur, con capital en Abidjan, el gobierno de éste se mantenía con la ayuda de Francia.
Remar tenía su sede central en la capital, con comunidades de ayuda social, en poblaciones y prisiones, pero también habíamos abierto dos casas, en Bouaké, al norte, bajo las fuerzas rebeldes, una con huérfanos varones y otra con madres, sus bebés y niñas abandonadas. Durante meses sufrimos teniendo pocas noticias de las casas de Bouaké. Diego, responsable de la obra allí, valiente misionero español, se había negado a ser evacuado por los soldados franceses, que sacaron a todos los blancos antes de que llegaran los rebeldes, Diego, dijo que él abandonaría las casas si evacuaban a todos con él, como eso no fue posible se negó a dejar Costa de Marfil y permaneció en Bouaké.
Su historia se hizo pública en un noticiario francés por lo que los rebeldes cuando ya tomaron Bouaké, conocieron la historia del blanco que no abandonó a los niños, ganándose su simpatía y le daban alguna ayuda, incluso, sacos de arroz para la alimentación de los 100 niños a su cuidado. A veces, conseguía llamar por teléfono, para decirnos que estaban bien. Pasando el tiempo, Diego nos contaba que había escasez de comida y en mi corazón crecía el deseo de llevarles provisión de alimentos que generosamente recibíamos en contenedores de Remar España y Remar Italia.
A pesar del peligro, mi hermano Juan y yo decidimos partir rumbo a Bouaké. Llenamos el vehículo de comida, pusimos nuestras vidas en las manos del Buen Pastor y nos echamos a la carretera. El viaje, 400 kms, fueron largos y llenos de tribulaciones, cada 10 nos paraban y pedían los papeles.
– ¿A dónde vais ? preguntaban los policías gubernamentales.
– A Bouaké – respondíamos.
– ¿Estais locos ? ¿Dos blancos en zonas rebeldes? ¡Seguro os matarán! Pero ante la breve explicación de nuestros motivos, nos dejaban pasar.
Más, faltaba lo peor: ¡Entrar en Bouaké! La ciudad ocupada por las fuerzas rebeldes, estaba completamente cercada por soldados franceses que les impedían su avance hacia el sur. La única forma de aventurarnos era por la selva. Así hicimos. Pocos kilómetros habíamos hecho dentro de la espesura, cuando reparé en que el vehículo estaba sin agua. Paramos, Juan salió y puso agua en el radiador, pero pocos minutos después estábamos nuevamente secos y empezaba a aumentar la temperatura. Salimos a inspeccionar y confirmamos que teníamos el radiador roto, el agua caía al suelo en cuanto lo llenábamos.
Buscamos alrededor, en medio del mato, algún socorro y, vimos a alguien que se acercaba, se trataba de un campesino en bicicleta, que se paró y nos ofreció su ayuda.
-El radiador, explicamos, està roto.
Para nuestra sorpresa, el hombre llamó a un niño que pasaba y le dió unas monedas, mandándole ir a la aldea cercana. Pasada una media hora, el niño estaba de vuelta y le entregó una pequeña bola, que para nuestra sorpresa resultó ser tabaco en hoja.
– ¿Tabaco ? ¿Para qué quiere tabaco? ¿Va a fumar aquí ? Pensé.
Aproximándose a mí, me entregó la bola.
– No gracias, respondí.
– No es para ti – me dijo con la calma de quien conoce las dificultades de la vida, es para el coche. Disuélvelo en el agua del radiador y tapará el agujero, podrás llegar a la ciudad. Sorprendido, hice como me dijo y cuando me di la vuelta para darle las gracias, ya no estaba.
– ¿Dónde está?- pregunté a Juan, él tampoco me supo responder.
¡Era de lo más extraño! Era la primera vez que veía un africano dar algo a un blanco sin pedir nada a cambio y más cuando llevábamos el vehículo lleno de comida.
Hasta hoy, estoy convencido de que fue un ángel enviado por Dios a socorrernos en aquella espesura africana. Conmovidos y agradecidos al Señor, seguimos viaje, más las dificultades no habían acabado todavía.
Algunos kilómetros adelante, en las proximidades de la ciudad, nos pararon los soldados. Ya estábamos en territorio rebelde. Los rostros duros, de quienes están habituados a matar y a ver morir, del que mira fríamente y no tiene nada que perder.
– Ayudanos Jesus, pensé.
– Salgan del carro, gritaban, cercando el vehículo.
Momentos antes, habíamos puesto un trapo blanco en la antena, como señal de paz.
– Somos misioneros – explicamos mientras salíamos del coche, con las manos en alto.
Aterrorizados clamábamos a Dios, en silencio, pidiendo su ayuda. Después de un rato largo en el que nos decían que éramos espías, sacaron inspeccionando los alimentos y alguno gritaba: ¡Mejor matar a los blancos! En eso estábamos, cuando se acercó un automóvil en el que venía un coronel del ejército rebelde que pidió explicaciones de lo que estaba pasando y como pudimos, contamos que llevábamos aquella comida a los hogares de niños de REMAR.
– Està bien, os dejamos pasar, pero seréis acompañados por mis soldados hasta la casa y si esta historia no es cierta, daré orden de que os maten.
Aceptamos el desafío, sabiendo que Diego y los niños estaban esperándonos. Los soldados nos escoltaron hasta el barrio Kennedy, donde está el centro de REMAR. Por el camino observamos cómo tras meses de guerra la ciudad estaba destruída completamente.
Llegamos a la casa. Diego abrió el portón y los niños salieron dando saltos de alegría. Los rebeldes, estupefactos, guardaban silencio. Después de los saludos presenté a Diego a los soldados que nos acompañaban.
– AH ! Eres el misionero blanco loco que no se quiso ir con los franceses, ya oí hablar de ti.
Todas las iglesias, orfanatos e instituciones de caridad habían cerrado las puertas. Solo Diego, el misionero de REMAR, quedó para glorificar el nombre de Cristo. Su actitud ganó el respeto del pueblo y de los militares que días después volvieron con un donativo de arroz para los niños.
El mismo coronel que nos dejó entrar en Bouaké escribió un salvoconducto para volver a Abidjan, a donde llegamos con el radiador dándonos muchos problemas, pero al fin en casa, pudimos arreglarlo.
Este es un ejemplo, entre muchos, de cómo Dios se ha movido en África pues Él sigue haciendo milagros y prodigios. A El, toda la honra y toda la gloria, hoy y para siempre. Amén.
Fernando José Ribeiro ( Campanhã )
Pastor Corps du Christ
Abidjan – Costa do Marfil
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