El periódico más riguroso y de mayor tirada de la República del Uruguay acaba de publicar un extenso reportaje sobre el impacto de REMAR en un pequeño país en el que se ha atendido de manera integral y con un gran éxito en sus resultados a más de 120.000 uruguayos que en un momento de su vida se encontraron excluidos y sin esperanza.
Por el gran interés que este reportaje tiene, la relevancia del medio que lo publica y que se sepa la verdadera dimensión de la obra de Dios reproducimos íntegramente el texto de este reportaje
Tras infancia y adolescencia difícil, formó familia y encauzó su vida en Remar
Ante la falta de ayuda estatal, miles de personas recurren a varias organizaciones no gubernamentales con el objetivo de salir de problemas de adicción a las drogas.
Martín Álvarez es uno de los más de 120.000 uruguayos que han pasado por la organización Remar. Muchos de ellos logran rehabilitarse gracias «a la fe» y a la «recuperación del hábito del trabajo». Martín es uno. Y tras una década en esta institución, fue encargado de administrar su funcionamiento en Montevideo desde marzo, tras el fallecimiento de su antiguo director.
Su camino para llegar a Remar, una organización presente en 70 países, comienza con una infancia complicada, como la de la mayoría de las personas que integran la fundación. Cuando Martín tenía seis años, su madre ejercía la prostitución y su padre hacía distintas actividades ilícitas. Ella tuvo que viajar a España por ese motivo y él la acompañó.
Luego, regresaron a Uruguay. A los 14 años, Martín comenzó a consumir marihuana y, al principio, la tomó como una «droga inofensiva». En ese momento tenía amigos que eran «bien» y otros «no tan bien». Al poco tiempo, a la marihuana le sumó la cocaína. «Consumía las dos cosas a la vez, por supuesto», rememoró.
Fueron siete años de consumo intenso. Si bien trabajaba como obrero de la construcción, su drama familiar lo condujo a esta adicción. Pero esa droga no fue suficiente. Cuando tenía 26 años, comenzó a consumir pasta base. «En un año, hice las atrocidades que no hice nunca mientras inhalaba cocaína», relató. Para conseguir su dosis diaria, hizo de todo: robó autos, llegó a vender mucha de su ropa y gastarse todo su sueldo a solo siete horas de haberlo cobrado.
«Un día fui a la puerta del trabajo de quien era mi novia en ese momento y le pateé la puerta pidiéndole plata», contó.
Incluso, llegó a viajar con su madre a Italia para conseguir «dinero fácil» de la prostitución. Ambos regresaron a Uruguay e instalaron una boca de venta de cocaína en un apartamento de la Ciudad Vieja.
Pero un día tuvo una conversación con su tío que lo transformó. Le dijo que había visto una calcomanía de Remar que, tal vez, lo podía ayudar a salir de las drogas. Como su familiar le había dado a Martín el trabajo y lo ayudaba con el alquiler de su casa, no hubo escapatoria. «Por todo lo que él me ayudaba, no tuve otra opción. Y ahí fue que entré a Remar».