[vc_row][vc_column][nd_options_spacer nd_options_height=”20″][nd_options_text nd_options_text_tag=”h3″ nd_options_text_weight=”bold” nd_options_text=”Vivencias de nuestros Voluntarios en la Frontera de Croacia.” nd_options_text_font_size=”20″ nd_options_text_line_height=”20″][nd_options_spacer nd_options_height=”20″][nd_options_image nd_options_image=”17825″ nd_options_width=”100%”][nd_options_spacer nd_options_height=”20″][vc_column_text]
Pies limpios, pies santos…
Esta mañana el día es más brillante, como otros viajo de Belgrado a la frontera con Croacia; viajo a ese sitio donde me encuentro con nuevas historias de vida. Campos blancos, brillantes, el sol se postra en este cielo envuelto por grises historias desde ya hace unas semanas, los rayos de aquel sol ilumina la nieve que ha dejado sorprendido a propios y extraños, en realidad es un día hermoso. Al paso de unas horas, ese mismo día se torna cansado, quizás mucho más que otros tantos.
Prácticamente sin tiempo para continuar cocinando sopa y té, las ollas se reparten una tras otra; la gente hambrienta, cansada, pasa el tiempo dentro de la tienda; yo tratando de mantener limpio el lugar donde ofrecemos los alimentos, pasando mesa por mesa. Entre la multitud me cruzo con una mirada de rostro cansado, dolorido; un rostro joven, que cuando presto un poco más de atención, me doy cuenta el motivo de su queja; sus pies destruidos, mojados, agrietados, el resultado de pasar los días en el camino húmedo, desde las aguas del mar griego hasta esa sorpresiva nevada que cubre hoy a Serbia; la compasión por aquel joven me embarga, y pienso en el hecho de cuantas más miradas como aquella me gustaría cambiar por bella sonrisa. Decidí entrar al botiquín tome algunas gasas, toallas húmedas, pañuelos de papel, ropa seca; entrando de nuevo a la tienda percibo los ojos de la gente, hombres, mujeres y niños, incrédulos de mis actos. Limpiando las heridas y conservando ese espíritu de ayuda y respeto por cada ser humano, con la multitud a mi alrededor, y seguramente pensando, una mujer cristiana lavando los pies de un hombre musulmán, esos pies santos, limpios; aquellos pies que entran descalzos a esas grandes mezquitas que han quedado a cientos de kilómetros atrás.
El joven asustado por aquel atrevimiento de cogerle los pies, ponerlos sobre mis piernas, entre risas y los ojos de sorpresa; él quien ahora con los pies limpios y curado por aquellas manos, podía sentir el agradecimiento, un profundo agradecimiento, podía sentir como aquel rostro dolorido ahora esbozaba una sonrisa, ahora no sería el mismo joven, sería un consiente de la consideración y el amor que se puede entregar y recibir. En esta situación, otros chicos y mujeres venían a mí por la misma ayuda, bebes con infecciones a falta de limpieza, de este viaje cada vez más largo y cansado. Sentimiento de incapacidad me abarco completamente, al darme cuenta que no podría ayudar a todos aquella tarde, me llevo a solicitar ayuda al centro de salud que asiste a esta misma gente venida de aquellas medianas tierras; maravillados de la bendición de ser ayudados por una mujer, quien se ha sentido tocada por aquel pasaje bíblico cuando Jesús lava los pies a aquellos que le seguían, muestra de humildad, entregado a servir, lleno de amor, el hecho de poder entregar la vida por los demás. Inexplicable mi sentir, continúe ayudando a unos cuantos jóvenes y niños más; inexplicable tener el privilegio de expresar amor por prójimo, el continuar ayudando, me deja sin palabras una vez más, con el corazón sensible y los ojos húmedos, con el gozo y la alegría de vivir esta experiencia; el hecho de estar entre ellos y no sentir temor, cruzar las miradas, y vernos de igual a igual, rompiendo barreras, estigmas y esas milenarias diferencias que han separado nuestros credos; que nos han llevado a situaciones como esta, donde todo un pueblo tiene que emigrar para iniciar una nueva vida.
Baldrich-Baruqui Adasevci, Serbia. Enero, 2016
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